A la villa, regresaba la corte, tras el fugaz éxilio que Felipe III llevara a cabo, bajo tutela del Duque de Lerma, el valído y consejero del rey, eran los primeros años del Siglo XVII. La villa, retomaba el bullicio alrededor del Alcázar, en la plaza mayor y en sus calles adyacentes, los comerciantes buscaban hacer negocios con la corte, muy cerca de allí, y en las proximidades a la Ribera de Curtidores, las reses eran despojadas, de sus pieles, camino del matadero; fué cuando...
... un aparente caballero, enfundado en una capa, acudió a un puesto, sus monedas iban encaminadas a la compra de una cabeza de carnero; habitual en la gente de a pie y no tanto en caballeros de cierto linaje; y que la vendedora envolvió, para su próxima cena; minutos después, envuelta y escondida bajo su capa, camino de su casa, y tras un reguero de sangre que iba dejando en su trayecto, es cuando, una pareja de agentes le dieron -el alto-.
Asustado el joven caballero, no daba crédito, para con sus explicaciones ante la autoridad.
Una vez, éste, al abrirse la capa, y remitir unas explicaciones convincentes, se descubre que la cabeza de carnero, no es tal cual, sino que es una cabeza humana, ante la sorpresa de todos los asistentes; cuando tuvo que rendirse a las evidencias y confesar su crimen.
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El joven, años atrás estuvo trabajando en el servicio de un clérigo, un acaudalado sacerdote que vivia con su ama de llaves; fué en una discusión cuando por su avaricía, decide invocar su muerte, decapitando su cabeza, y haciéndose con todo sus objetos de valor y monedas de oro, huyendo a Lisboa, para pasar desapercibido de su atroz crimen.
Tras unos años, habiendo hecho fortuna en tierras portuguesas, decide volver a Madrid, convertido en un distiguido caballero, fué entonces cuando sucedieron los hechos...
Fué condenado a muerte, para poco después hacerse efectiva su sentencía, condenándolo a -la horca- en la Plaza Mayor. Tras su ejecución, la cabeza humana que le condenó, volvió a convertirse en aquella cabeza de carnero, que el supuesto caballlero confió, y que la justicia, le devolvió.
El caso, al tener tanta repercusión en la villa, Felipe III, enterado de los sucedido, mando colocar una cabeza de carnero en piedra, en la puerta de la casa del clérigo, y que finalmente ante el descontento de tal recuerdo que producía a su paso por los vecinos, se decidió retirar, y denominar al lugar, Calle de la Cabeza.
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